Lucius O’Brien, un artista conocido por sus paisajes canadienses, que gozaban de gran éxito comercial, visitó las cataratas de Kakabeka en 1881. A pesar de que viajó a las cataratas por tren y recorrió regularmente los grandes lagos en barco de vapor, la visión de O’Brien de las cataratas de Kakabeka es la de una maravilla natural no tocada por la influencia humana ni la tecnología industrial. Este sentido de lo sublime que se halla en la tierra salvaje está acentuado con la inclusión de dos minúsculas figuras sobre un banco de arena, empequeñecidas por el paisaje que se extiende ante ellas. Como un tema de interés espiritual, O’Brien plasmó una vista estética del paisaje en Las cataratas de Kakabeka para estimular el espíritu de sus conciudadanos canadienses a finales del siglo XIX.