Rafael Troya era un joven pintor paisajista ecuatoriano cuando fue invitado a unirse a una expedición científica de los muchos volcanes de su país. En el campo hizo bocetos al óleo que combinaban la precisión científica y la composición estética. Al terminar la expedición, los bosquejos al óleo de Troya se reprodujeron como grabados utilizados para ilustrar publicaciones científicas. Sin embargo, Troya nunca los usó como recordatorios visuales en la producción de cuadros de paisajismo a gran escala. Esta obra, una vista del volcán Cotopaxi, demuestra la atención al detalle que requiere la ilustración científica, ya que muestra un rastro del magma que arrojó una erupción el año en que se terminó la pintura y ofrece representaciones detalladas de los matorrales y el cielo abierto.